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ALGUNAS NOCIONES BÁSICAS SOBRE DESARROLLO HUMANO

Para poder entender de qué manera la neurosis que aqueja a los pacientes que acuden a psicoterapia es una consecuencia de irregularidades acaecidas en algún momento y de alguna forma determinada, es necesario que tengamos una idea clara, una referencia para contrastar, una teoría en suma, al respecto de cómo tendrían que ser (o haber sido) los hechos, la naturaleza de las cosas y las circunstancias. De esto se ocupa el Desarrollo Humano. Trata de explicarnos cómo suceden y debían sucederse esos hechos a lo largo del periodo de crecimiento del ser humano para que éste pueda desarrollarse y formarse adecuada y saludablemente. Con esta referencia de lo que “debería ser”, podemos comprender en toda su extensión la profundidad y gravedad de aquellas irregularidades, que tendrán como consecuencia la construcción-creación de una personalidad patológica y enferma, o sea, neurótica.

El periodo o proceso de crecimiento es aquel a lo largo del cual maduran, se desarrollan y evolucionan todas las estructuras de que está compuesto un ser humano (cualquier ser vivo), tanto las físicas (anatómicas, fisiológicas, bioquímicas, energéticas, metabólicas, vegetativas) como las “menos físicas” (psicoemocionales, cognitivas, afectivas, sensoperceptivas, relacionales, espirituales…). Abarca desde el momento de la concepción hasta el final de la adolescencia. Nadie duda de esto en lo tocante a lo físico: dos células que se unen para formar una nueva célula que se divide y multiplica hasta conformar el cuerpo entero (huesos, piel, órganos, fluidos, músculos, etc.). Llama la atención que no se tenga la misma consideración para “todo lo otro”, que aún haya estamentos, profesionales, etc. que consideren que a lo largo del embarazo no pasa nada en esas otras áreas; que una mórula, embrión, feto o bebé “no siente ni padece”. La inteligencia, la percepción, las sensaciones, la consciencia, las necesidades, impulsos, afectos, las respuestas emocionales, la cognición…, siguen un proceso madurativo, se desarrollan y evolucionan del mismo modo que lo hace el cuerpo físico, pues todo ello no es otra cosa que el propio cuerpo físico: no es que sucedan o se den en el cuerpo, es que son el cuerpo, del mismo modo que lo es la sangre, la piel, los huesos, músculos, cabellos, órganos, etc.

La teoría del Desarrollo humano que presentamos en la ETIP explica que, además de necesitar nutrientes físicos (que recibe de su madre a través del cordón umbilical vía sanguínea) para el adecuado desarrollo de sus estructuras físicas, el nuevo ser tiene necesidades afectivas y relacionales que deben ser igualmente atendidas y cubiertas para que el desarrollo de las estructuras psicoemocionales, afectivas, sensoperceptivas, relacionales, cognitivas, etc., se produzca de forma idónea, y pueda alcanzar la vida adulta habiendo construido una personalidad saludable.

La importancia y trascendencia que tiene este periodo en la aparición de la “enfermedad mental” la descubrió y describió Sigmund Freud: lo que sucede a lo largo de esos años determina y condiciona el resto de la vida. No sólo en lo obvio (crecer en un determinado ámbito social, cultural, familiar, etc., influye por supuesto en cómo se desarrollará la vida adulta, pues no es lo mismo crecer en un país azotado por la guerra o la tiranía de un régimen dictatorial o ser miembro de una familia “desestructurada”, que hacerlo en el seno de una familia “normal”, con buenos recursos, que disfruta de unas condiciones sociales benevolentes, etc.), sino en lo menos evidente o “invisible”. Por supuesto que haber sufrido en un campo de concentración deja una huella de horror y masacre que destroza la vida; pero, aún habiendo tenido la inmensa suerte de nacer y crecer en circunstancias que cualquiera calificaría de privilegiadas (una familia “normal”, en un país “civilizado”), observamos en los pacientes que acuden a psicoterapia unos niveles de sufrimiento y desgarro que no se explican atendiendo únicamente a esos parámetros “observables”. La envergadura del dolor y la desesperación que atesoran tiene su origen en hechos y acontecimientos “sencillos” que escapan a la consideración de la mayoría. Sólo quien conoce las gravísimas consecuencias de los mismos puede detectarlos y calificarlos de aberrantes y terribles, inhumanos. Y no nos referimos a las palizas recibidas por un bebé a manos de su padre alcohólico o al descuido de una madre destrozada por las drogas (por supuesto que ambos supuestos desembocan en graves trastornos de personalidad), sino a la simple desatención e inobservancia de las necesidades de cada momento, fase o periodo del crecimiento del infante. Producidas no ya por la mala fe, negligencia, ignorancia o poca cultura, sino con la mejor de las intenciones y como los actos más amorosos. Pocas o ninguna madre cuyo hijo sufre una patología de adulto (o sea, TODOS NOSOTROS), declarará que no lo quiso, no lo cuidó o no lo atendió. Querer, cuidar, atender adecuadamente requiere saber lo que necesita el bebé, cómo y cuándo lo necesita. Ese SABER no es sólo un conocimiento intelectual o una idea aprendida de las abuelas o los pediatras, sino que tiene que ver con SENTIR. Es un saber corporal, no intelectual, está relacionado con el contacto íntimo que debería existir entre madre e hijo: si una madre tiene dificultades para sentirse a sí misma, cómo no habrá de tenerlas para sentir al otro, a su hijo, el cual NECESITA SER SENTIDO por su madre más que el alimento que le dan o el aire que respira. Desde el momento de la concepción, esta necesidad gobierna y acompaña a todas las otras. Si ésta no es satisfecha, las otras quedarán desatendidas o descuidadas, por más empeño, ganas, conocimiento o “amor” que la madre le ponga. Estará intentando satisfacer, o creyendo que satisface, las necesidades de nutrición, abrigo, cobijo, educación, etc., pero no lo estará haciendo. A sus actos les faltará el ingrediente fundamental: el contacto consigo misma y con su hijo.

Esta es una conclusión que no podemos extraer de la observación del comportamiento de un bebé. Cómo éste habría de mostrarnos que necesita ser sentido tanto o más que ser protegido, alimentado, respetado, etc. Sólo gracias a la experiencia clínica que nos proporciona el trabajo terapéutico con pacientes en psicoterapia obtenemos este dato trascendental. Sirva como ejemplo: en tantas ocasiones en que un adulto espera secreta o abiertamente que un otro (pareja, amigo, madre, gobierno, jefe, empleado, vecino o, aún peor, el propio hijo) adivine lo que le gustaría, lo que quiere o necesita; cuando se emiten reproches más o menos explícitos o velados; cada vez que alguien se siente ahogado en un mar de dudas sin saber lo que quiere, etc., podemos afirmar sin temor a equivocarnos que está manifestándose la carencia en que se encuentra quien no fue satisfecho en esa necesidad. Quién no ha pensado, dicho o escuchado alguna vez: “Si te pido lo que necesito y entonces me lo das, ya no me vale. Lo que yo querría es que tú supieras lo que quiero, cuándo y cómo lo quiero, que te saliera de dentro dármelo sin que te lo tuviera que pedir”.

UN APUNTE SOBRE EPISTEMOLOGÍA

La epistemología es una disciplina que estudia cómo se genera y se valida el conocimiento de las ciencias. Su función es analizar los preceptos que se emplean para justificar los datos científicos.

Del mismo modo que la biología del desarrollo estudia la ontogenia (los procesos mediante los cuales los organismos crecen y se desarrollan), los controles genéticos  la diferenciación celular y la morfogénesis (el proceso que origina los tejidos, órganos y la anatomía) a partir de la observación de los cambios madurativos, desarrollo de estructuras y progresos que se producen en la formación del cuerpo físico de la persona, la psicología del desarrollo trata de explicar cómo esos mismos cambios, avances y progresos suceden en las áreas menos visibles u observables de la inteligencia, la afectividad, la consciencia, las respuestas emocionales, los impulsos instintivos, el carácter, etc. El aumento de tamaño progresivo y la aparición de nuevas partes o formas del cuerpo antes inexistentes (piel, huesos, cabeza, órganos, manos, dedos, cabello, dientes, etc.) son visibles e indiscutibles; por el contrario, la maduración de los impulsos instintivos, de la sensopercepción, de los procesos cognitivos, el desarrollo de las capacidades de respuesta emocional, de la afectividad, de la consciencia, la progresiva aparición de las diferentes formas de inteligencia, de aprendizaje, el paulatino moldeamiento del carácter para la construcción de la personalidad, sólo pueden ser supuestos, inducidos, hipotetizados.

Estas hipótesis teóricas se han construido en base a la observación directa del comportamiento de niños en crecimiento o a la inducción a partir de relatos de adultos referentes a sus recuerdos de infancia. En todo caso, se trata de una interpretación hecha por el observador o el narrador, que, por supuesto, está condicionada por las vivencias y experiencias tanto del uno como del otro. De igual modo, el paradigma o el enfoque teórico desde el que el observador realiza sus observaciones y experimentos, determina/condiciona no sólo el resultado de los tests, sino sobre todo las conclusiones que extrae, las cuales acabarán deviniendo teoría.

Teoría, suposición, hipótesis, conjetura, presunción con la que cada cual se sentirá más o menos afín o identificado, se ajustará a o encajará en la interpretación que cada cual haga o haya hecho de sus propias observaciones o de sus recuerdos, de tal forma que cada cual se adherirá a la que más le encaje o mejor le suene. La que en la ETIP presentamos no pretende ser mejor, más acertada, precisa o correcta que ninguna otra. Como una interpretación que es, hecha por Marc Costa a lo largo de su dilatada carrera como psicoterapeuta, científico y formador de terapeutas en base a su experiencia clínica y a sus observaciones directas de niños, está sujeta a las mismas vicisitudes, y sólo aquellos a los que agrade o que se sientan cercanos a ella la considerarán y divulgarán.